La involución que se avecina



Cómo no, apoyo todas las medidas que haya que tomar contra el cambio climático. Son necesarias, y hasta urgentes, porque estamos al borde de una gran involución socioeconómica y política derivada de ella. Hay que reducir las emisiones de gases, los vertidos tóxicos, los microplásticos de los océanos, etc. Hay que invertir en energías renovables, prescindir lo antes posible del carbono, ir sustituyendo las centrales nucleares de fisión por las de fusión (pero no antes de que esa tecnología sea económicamente viable). Por supuesto que apoyo todo eso. Y las críticas a los gobiernos, que son cortoplacistas y cobardes, y a los intereses despiadados de las multinacionales. Todo eso, que sí, faltaría más. Ahora bien, quien crea que todo eso se va a conseguir manteniendo los estándares de vida actuales (reciclando el vidrio, comprando con bolsas de papel, etc.), no ha entendido nada. Los activistas mediáticos, y los jóvenes que los siguen incondicionalmente, que quieren seguir viviendo como hasta ahora, pero “en verde”, no parecen o no quieren saber que reducir la contaminación y el derroche de energía actuales exige asumir una serie de medidas que van a ser absolutamente traumáticas. Y que se van a aplicar, sí o sí, porque no va a quedar otro remedio; la única cuestión es cuándo. (A no ser, claro está, que se produzca una revolución tecnológica con la que hoy por hoy no podemos contar.)


Así pues, nada de vida “de clase media” ‒cómoda y con expectativas claras de futuro‒, y además de ello la conciencia tranquila; nada de sociedad opulenta y por añadidura “todo limpio”. A ojos vista, los niveles de vida de los países desarrollados ‒ni siquiera hablo de los subdesarrollados‒ se van a ir pareciendo cada vez más a los de los países del antiguo bloque soviético en los noventa, por hacer una comparación fácilmente comprensible. Pero, además, con un clima impredecible (sequías terribles en unos países, inundaciones devastadoras en otros, etc.). Entonces todos esos activistas, y los jóvenes que los siguen incondicionalmente, clamarán por los derechos y libertades y por el nivel de vida que los gobiernos (y “el capitalismo”) les han “recortado”. Porque, cuando critican a sus padres y abuelos por “el mundo que les han dejado”, lo que en realidad quieren decir es que quieren vivir como vivieron ellos, lo cual es imposible porque ese modo de vida es precisamente el que ha conducido a la situación actual; lo que les da rabia es haber llegado tarde a la fiesta, no la fiesta en sí. Lo que exigen tener es precisamente lo que critican que otros hayan tenido.


En fin... Harían bien en ir acostumbrándose a que no todo el mundo (como mucho, cada familia) pueda tener un coche; a no tener calefacción en invierno ni aire acondicionado en verano (en un planeta que cada vez tendrá temperaturas más extremas); a unos comercios con una oferta de productos infinitamente menor que la actual, y ese tipo de cosas. Todo el mundo tendrá un móvil, eso sí, incluso la gente que pase hambre ‒o lo que haya en lugar de los móviles dentro de unas décadas‒. El futuro va a ser una curiosa mezcla de lo que esperábamos de él y del pasado que creíamos ya superado.





Por D. D. Puche

Filosofía | 18-06-22


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