Tiempo escurridizo



Cómo pasa el tiempo... Da vértigo pararse a pensar en ello, pero de vez en cuando no puedes evitarlo y te das cuenta de hasta qué punto el tiempo es terriblemente escurridizo. Hace veinte años que terminé la carrera; diecisiete desde que estuve haciendo el doctorado el Berlín; hace dieciséis años que me convertí en profesor y llevo uno menos, quince, dando clases en el mismo centro; desde que me doctoré ya han pasado doce años, y aún tengo ese maldito trabajo atragantado, como si lo hubiera hecho ayer. Y todo esto por hablar sólo de lo profesional y no airear aquí otras facetas de la vida.



Menos mal que olvidamos casi todos los detalles de nuestras vivencias y sólo perduran los trazos principales, unas imágenes simplificadas; porque si la memoria fuera más fiel nos volveríamos locos recreando esos detalles. En vez de vivir, seguramente estaríamos rebobinando la grabación a cada momento, volviendo a los greatest hits del pasado sin querer salir de ellos. Como decía una ex, cada década de vida la dedicamos a reprocharnos lo que hemos hecho mal en la anterior, y a intentar repetir inútilmente la penúltima. Sin embargo, la forma en que evocamos el pasado ya de por sí es una falsificación. Más que revisitar el pasado, lo vamos reconstruyendo en función del presente.



Eso no impide que, inexorablemente, cada vez nos vayamos volviendo más nostálgicos. A veces creo que estamos tan ávidos de distracciones no tanto para llenar el presente como para no tener que recordar el pasado y el modo en que lo hemos derrochado. Aunque siempre tendremos esa sensación, supongo; es inevitable pensar en los otros usos que podríamos haberle dado al tiempo, en las posibilidades que hubieran podido realizarse, y en quiénes seríamos ahora en consecuencia. Las cosas no tienen por qué habernos ido mal: el tener que elegir, ya de por sí, es la tragedia. Existimos a costa de haber sacrificado muchos otros yoes.





Por D. D. Puche

Filosofía | 20-03-22


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