Literatura | Novela seriada
EL CUADERNO DE BERLÍN (1)
Un pretencioso estudiante se enfrenta a su ópera prima literaria en los meses que pasa en la capital alemana
Prólogo
Lo reconozco, fui yo. Fui yo quien editó estas páginas, este diario que sólo a duras penas puede ser llamado libro. Su autor era alguien muy próximo a mí, aunque nuestra relación había tocado a su fin tiempo atrás, y sobre mí recayó la poco grata obligación de dar a las páginas que había dejado una forma mínimamente legible. Soy responsable del resultado, que para ser sincero no deja de avergonzarme en cierta medida, pues no creo que esta narración, por así describirla, sea digna del público. No obstante, una vieja deuda me obligaba a hacerlo, y he aquí el resultado. Sólo pido que el lector sea indulgente, si no con el autor de este texto, sí por lo menos con quien ha cargado con la penosa tarea de arreglarlo y publicarlo.
El texto está recogido íntegramente en un cuaderno de pequeño tamaño, de hojas amarillentas y tapas duras de cartón forradas en tela parda, metido a su vez en una funda de cuero rojizo, de esas que se cierran anudando una tira del mismo material. Como objeto físico es francamente bonito, una obra de artesanía. Su contenido es otra cosa. Las disquisiciones de su autor, al que llamaremos D., son cuestionables desde un principio. Todavía inmaduro para escribir una obra literaria digna de tal nombre, se lanzó a garrapatear páginas aprovechando su estancia en Berlín, lo cual ha terminado dando su título a lo que era un diario en el que no constaba ninguno. Él creía estar haciendo algo relevante. No era consciente de hasta qué punto naufragaba en aquello mismo que él criticaba. Una obra juvenil con mucha fuerza y poco dominio, que ya ha fracasado desde su punto de partida.
El autor se compara en algún momento con un Quijote, y ciertamente lo parece, pero no por lo que él cree. ¡Pobre! ¡Qué ideas acerca de la literatura y de la cultura en general! Qué trasnochado todo, qué decimonónico, cuando no dieciochesco, qué rancio e impostado. Defiende un concepto de las letras y del arte que no se corresponde con el presente en absoluto, pues en realidad no ha entendido lo que éstos significan; cree que la cultura es una fuerza viva, una esencia intemporal, capaz de transformar la realidad, cuando es un producto humano, el precipitado final de unas relaciones sociales al margen de las cuales no significa nada, ni hoy ni en el pasado. Una idealización típica, juvenil, que lo lleva a hacer afirmaciones gruesas mientras cree estar haciendo matices sutilísimos; a escribir, en conjunto, un libro que no habría escapado de la quema del cura y el barbero. Una obra que pretende ser literaria, pero resulta una confusa mezcla de diario y ensayo con partes narradas, en la que nada conduce a ningún lugar; aunque permite aclarar, más bien como documento psicológico, algunas ideas acerca de quien la escribió. Yo lo conocía bastante, o creía hacerlo. Ya no lo tengo tan claro.
Pero demos paso al texto; que sea éste el que hable, y que se defienda si puede de tales acusaciones, y de tantas otras que arrojará sobre sí mismo. Tenga el lector constancia de que algunas partes estaban acabadas, y así aparecen aquí; otras, en cambio, estaban apenas esbozadas, cogidas a vuelapluma, o estaban formadas por multitud de notas metidas entre las páginas del cuaderno, para ser insertadas en el texto posteriormente, y han necesitado de algún arreglo por mi parte para darles sentido. No he querido, como editor, fingir la homogeneidad del texto donde no la había, así que dichos añadidos se diferencian claramente del cuerpo central; me he permitido, eso sí, la licencia de completar como narrador algunos fragmentos, con lo que sabía del autor o he querido deducir de lo que, a mi entender, pensaba y sentía. Espero no haberme extralimitado, aunque… bueno, qué más da…
Continuará en breve
Por D+D Puche Díaz
Literatura | 12-8-25
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