Inteligencia emocional



Una y otra vez, la “inteligencia emocional”. Cómo se vende hoy en día esa mercancía; y para demostrar que siempre puede caer todavía un poco más bajo, ahora el sistema educativo también la está comprando, y al por mayor. Menudo invento, que forma parte de la nefasta psicologización de la vida contemporánea: para todo hay un diagnóstico clínico (desde las faltas de ortografía hasta la maldad humana), y por tanto, una terapia. Los administradores de dicha terapia son los confesores de esta época, sustitutos de los que en otro tiempo escuchaban la confesión del pecado y administraban la salvación del alma a través de la penitencia. El negocio nunca se detiene; sólo cambia la estrategia comercial. Ahora es la inteligencia emocional, que viene a curar los nuevos desgarros del alma. Nuevos tiempos, nuevas terapias. Pero la misma dinámica, y siempre una clase sacerdotal a cargo.


La inteligencia emocional, una mercancía sin coste de producción, puro beneficio: el capitalismo te vende tus propias emociones, convenientemente filtradas. Antes reducto privado, bastión de la interioridad ‒quizá lo único que no te podían arrebatar‒, ahora son un producto perfectamente manipulable. Hay que reconocerle esa habilidad a la psicologización de cada faceta de la existencia. Gracias a ella, el sistema es capaz de generar emociones (como genera cualquier producto audiovisual; al fin y al cabo, eso es “la Cultura”, ¿no?) que siempre le benefician, desactivando aquellas que realmente le perjudicarían. Y encima te cobra por ello, ya sea en forma de cine, música, televisión, o de terapia, cursillos, libros de autoayuda, etc. El propio lenguaje económico se infiltra en este campo ‒revelando la verdad del asunto‒, donde se habla de “gestión (management) de las emociones” como si el propio Yo se tratara de una empresa a la que hay que sacarle beneficios. Las emociones son la mercancía clave del siglo XXI, junto a la información. Damos información y nos devuelven emociones manipuladas. Así compramos lo que quieren, secundamos la causa de turno y votamos al partido que conviene en ese momento. De esto viven las redes sociales, que hay quien ingenuamente piensa que son gratuitas. No: tu vida es el pago por usarlas.


En cuanto a la inteligencia emocional, cuanto más de lo segundo, menos de lo primero, aunque decir esto, desde luego, no encuentre buena acogida: esa identificación, propia de libros de autoayuda, ha calado ya tanto que casi todo el mundo se la traga sin rechistar. Se enfadan cuando se cuestiona, incluso. “¿Qué pasa, es que tú no sientes?”. Pero las emociones no te liberan: te dominan. Eso lo han sabido todas las épocas, menos la nuestra; de ahí que “patético” signifique “el que se deja llevar en exceso por el pathos”, esto es, por las emociones. Alguien que siempre ha inspirado una mezcla de pena y vergüenza. Hay autores muy en boga, como Byung-Chul Han, que hablan de “psicopolítica”, una nueva forma de ejercer el poder. Pero ya antes, otros como Chomsky habían denunciado que la inteligencia emocional es un aparato para crear una sociedad debilitada y conformista, que se cree rebelde por “consumir hábitos” (por usar la usual jerga mercadotécnica) irracionales, “blandos”, alternativos o políticamente incorrectos, diseñados a medida para ella. Y eso por no remitirnos a los clásicos.


En resumen, no la compren. Es una mercancía dañada. Les hará dependientes y sustituye al auténtico pensamiento, que es distante y desapasionado. Gélido, a menudo. Pero es el precio de ser libre. No se puede serlo sin estar incómodamente instalado en el mundo.





Por D. D. Puche

Filosofía | 27-08-21


Vuelve a Blog


Deja un comentario


Pablo: Realmente las mal llamadas ciencias de la felicidad (que engloban tanto a la inteligencia emocional como a la psicología positiva) son el producto de una ideología neoliberal que las necesita para legitimarse. Como describieron estupendamente intelectuales de la talla de Eva Illouz y Edgar Cabanas. Un saludo cordial.