La ciudad



Me gustan, cómo no, el campo, las excursiones, el senderismo y todo eso. Disfruto mucho caminando, siguiendo rutas. Por lo que respecta al tópico dilema “¿mar o montaña?”, me quedo con la montaña, sin duda; aunque, cuando digo “montaña”, me refiero a cualquier paisaje no demasiado escarpado, porque yo ya no estoy para demasiados trotes. Pero para mí ‒e insisto en el “para mí”‒ el recorrido más memorable no es el recorrido por el paraje natural en el que uno encuentra la paz y la armonía y que te reconcilia con tu parte primitiva y sencilla; siempre preferiré conocer una ciudad nueva, o regresar a alguna de las que ya me han enamorado. En esto me sale la vena urbanita; supongo que es cuestión de crianza, de referencias de la infancia y vínculos emocionales.


Prefiero el paisaje artificial, las calles y plazas a modo de cañones y valles encajonados entre las cordilleras de edificios que recortan el espacio según un plan, con premeditada geometría. Prefiero la intención tras esa geografía; el urbanismo y la arquitectura ‒las dos artes totales‒ que elevan al ser humano a creador de su propio hábitat. Amo el bullicio, el comercio, las propuestas culturales, los bares y cafés, los rincones pintorescos y los monumentos inmortales... Hay algo que la ciudad significa, por encima de todo (y que, lo siento, nunca lo significará el mundo rural, con su belleza y su perenne recordatorio de las raíces que no debemos olvidar), y es que la ciudad ofrece posibilidades. Todas las posibilidades. La ciudad es el lugar donde el ser humano puede llegar disfrutar de todo lo que la humanidad promete.





Por D. D. Puche

Literatura | 09-04-22


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