El nuevo confesionario



Las redes sociales poseen hoy en día el carácter de confesionarios de la cultura de masas, globalizada y secular. De hecho, el boom de las redes (inventos, no se olvide, del mundo anglosajón) lleva fácilmente a pensar que las sociedades protestantes han encontrado en ellas el necesario cauce de desahogo que la religión no les proporcionaba. Después, como de costumbre, el mundo católico, el ortodoxo y Oriente han ido detrás; y no sólo por pura colonización cultural ("globalización"), sino porque a todas las sociedades, en esta época de absoluto desarraigo, les falta algo. Algo esencial. El "malestar en la cultura" se ha convertido en un clamor, y la población necesita gritar a los cuatro vientos el sinsentido y la asfixia existencial en que consiste su vida. Porque, más que nunca, vivir es ya el pecado por el que hay que pagar.


Sea como sea, una trascendental mutación se ha producido entre el viejo confesionario de madera y el digital, entre la confesión en penumbra ante el sacerdote y la confesión ante la luz del público en la red. La diferencia entre el confesionario y las redes sociales es que, en aquél, tras decir lo que tenías que decir y quedarte a gusto, pedías perdón por tus pecados, hacías propósito de enmieda, y a continuación el cura te imponía una penitencia. En las redes sociales, en cambio, la gente exige que le pidan perdón los demás y que sea el mundo el que cambie (el que "haga penitencia"), para así no tener que hacerlo uno mismo. La subjetividad acorralada e histérica sobrerreacciona de forma narcisista y soberbia; es el nuevo signo de los tiempos. La cuestión es que alguien cargue con las culpas, aunque las culpas y las causas reales de los problemas rara vez coincidan; pero donde hay un culpable, los demás siempre se sienten mejor. Tiene que haber un chivo expiatorio, pero ya no está localizado, ya no es sacrificable: es el mundo como tal. Por muy modernos que seamos, nuestra mentalidad tribal sigue funcionando como siempre.


Y como siempre, y sea quien sea el culpable de nuestros males, seguimos sintiendo esa necesidad de exponer nuestras miserias ante alguien (pero, como decía, ya no se pide el perdón: se exige recibir la disculpa). Ese alguien que ya no es el cura al otro lado del confesionario, sino el público al otro lado de la pantalla. Está claro que dos milenios de religión (o sea, de antropología) no pueden ser sustituidos en menos de dos décadas por ninguna tecnología. La condición humana no cambia, aunque lo hagan los estímulos a los que responde.





Por D. D. Puche

Filosofía | 27-12-22


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