Thot y el escriba

(Fábula)




Un hombre humilde se dirigió un buen día al dios Thot, que se encontraba en su templo de Abidos. «Oh, gran dios, ibis argénteo del Nilo, pozo de insondable sabiduría, por favor, atiende a mi súplica, pues a ti nada te costará hacerlo. Dime, ¿qué he de hacer para que mi nombre perdure en la memoria eterna de los hombres? Pues yo no tengo un especial carisma para arrastrarlos a mi voluntad, como el noble o el funcionario; ni soy muy diestro en artesanía alguna, como el cantero o el orfebre; ni soy fuerte ni sé empuñar las armas, como el soldado. Yo no destaco en nada, pero quiero ser recordado, como todos ellos. Quiero que mis tataranietos, y los tataranietos de mis tataranietos, sepan quién fui, y que mi nombre no se pierda como las figuras trazadas en la arena del desierto».

 

El dios Thot, generoso y complacido con el deseo de aquel hombre ‒pues era un deseo digno y comprensible‒, le mostró el secreto de la escritura, que hasta entonces solamente él conocía entre todos los dioses. Le enseñó cómo preparar tablillas de barro a tal efecto, y cómo hacer un estilete, y le enseñó los muchos, muchísimos símbolos que debería emplear, y asimismo le indicó el modo adecuado de cocer las tablillas para que la escritura se volviera imperecedera. Pudo hacer todo eso porque era un dios, y para ellos resulta fácil enseñar hasta lo más difícil. «Repite todos estos pasos y tu nombre quedará ahí fijado para siempre, en el barro cocido, para conocimiento de las generaciones venideras», le dijo.

 

«Gracias por el don que me concedes, oh divino entre los divinos. A partir de ahora, tú serás el dios al que yo adore por encima de los demás, con todo mi corazón y todas mis energías, pues así me preparas como ningún otro para el día del juicio de Osiris. Ésta será la disciplina a la que me consagraré y con ella depuraré mi alma. Pero deja que aún te pregunte algo: ¿qué es lo que escribiré en las tablillas? Porque ahora conozco la técnica para hacerlo, pero todavía ignoro lo que debo preservar en ellas».

 

«Eso es fácil; ¿no se te ha ocurrido? Aunque tú no seas capaz de hacer todas las cosas que me dijiste, hablarás acerca de quienes sí las hacen. Tu nombre llegará a la eternidad siguiendo la estela del suyo. Y es justo que así sea».

 

«Pero entonces», replicó el hombre, «no seré recordado por haber hecho algo propio, sino por grabar en el barro las acciones o palabras de otros, como si se tratara de una escultura o de una tumba. Y así, ¿dónde queda mi grandeza, dónde quedan mis propias hazañas? El nombre inmortalizado será siempre el de otros, no el mío».

 

«No lo entiendes. En verdad no hay hazañas inmortales en sí, al margen de cómo los hombres las hayan querido recordar; muchas, sin más, se pierden inmerecidamente en el olvido. Ahora, al escribirlos, los hechos los crearás tú, narrándolos con las más bellas palabras, y por ello, tú serás el auténtico artífice de las gestas que protagonizan otros. Serás tan grande o más que ellos, pues en ti estará el poder de convertir en inmortal; uno mucho mayor que la palabra hablada, que alada como es, se pierde en el aire».

 

«Y, sin embargo, los hechos que habré de eternizar no serán entonces reales. Luego mi gloria se basará en una mentira, en algo que es moneda falsa, humo».

 

«También lo son las palabras que pasan de abuelos a nietos, los relatos sobre el pasado de los mortales y sobre nosotros los dioses. Las arenas del tiempo se llevan esas palabras y las deforman; son volubles como trazos en el agua, como juramentos de comerciantes. Las tuyas, en cambio, no cambiarán. Serán como montañas, e igualmente se verán desde grandes distancias, y todo el mundo reconocerá a quien las escribió. Serás una parte de las historias que cuentes. Y ten en cuenta algo importante: hay mentiras que esconden verdades, así como hay verdades que ocultan mentiras. Tú serás de los que cuenten la verdad a través de la falsedad. Así llegará más lejos, porque así funciona la memoria de los hombres».

 

El hombre se fue satisfecho con las palabras de Thot y durante un tiempo las puso en práctica. Pasó años escribiendo con meticuloso afán, y cociendo sus tablillas de barro, y haciéndoselas llegar a familiares, y a nobles, y a sacerdotes en los templos, y a mercaderes que emprendían viajes a largas distancias y podían llevarlas consigo. Pero al cabo de siete años regresó al templo donde había encontrado al dios y se dirigió de nuevo a él. Tras rendirle los debidos honores, le dijo que había un problema: él sabía escribir gracias al maravilloso arte que le había revelado, pero nadie sabía todavía leer, así que su arduo trabajo no servía de nada y estaba muy desalentado. Creía haber perdido largos años de su vida en un empeño fútil.

 

«No has de preocuparte por eso», le respondió Thot. «Hoy aún no, pero en el futuro entenderán lo que escribes; es allí donde aguarda la inmortalidad de tu nombre. Todavía han de aprender a entenderte, pues no ha llegado su tiempo. Tú has de escribir mucho para que ellos tengan algo con lo que aprender a leer: no tendría sentido que ellos supieran hacerlo sin nada con lo que ejercitarse».

 

«Pero, si tengo que esperar hasta entonces, ¿cómo sé que aprenderán y me leerán, cómo sé que no estoy escribiendo en balde? Porque me anega el desánimo tal y como Apofis extiende su sombra sobre el día».

 

«Ya te he dicho que no has de preocuparte, y no es conveniente para los hombres hacer repetir sus palabras a un dios. Tú ofrece tus escrituras al mañana, y el mañana las recogerá, como el Nilo los troncos enviados corriente abajo. Recuerda bien y escribe estas mismas palabras que te estoy diciendo, que son palabras de un dios, y yo te prometo que algún día serán leídas, y que se recordará eternamente el nombre de quien las escribió».





Por D+D Puche

Literatura | 14-4-23


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